viernes, 23 de octubre de 2009

silencios

El señor Run-Run entró en la consulta del médico:
--Usted dirá--le dijo el médico.
--Pues verá usted, vengo porque tengo un problema muy gordo. No sé qué hacer para que todo el mundo se calle.
--Por lo que veo hablan mucho...
--Pues sí. Hablan todo el rato y ya estoy harto de escuchar y escuchar y escuchar.
--¿Y a usted quién le escucha?
--¿Pues quién va a ser? ¡Yo! No me callo, todo el rato me hablo y me hablo.
--¿Y cuándo duerme?
--Me hablan los sueños.
--Entiendo.
--He probado la acupuntura y la homeopatia. También he probado las drogas ilegales. He probado la meditación y el yoga. Pero todavía fue peor.
--¿Ah, si?
--Claro. Me hablaban mis muertos, que si les hecho demasiado de menos, que si no les hecho de menos; me hablaba la profesora del colegio de mis hijos, que todavía no tengo. Me hablaba yo de pequeño. Fue horrible.
--¿Y cuándo lee? ¿O mira usted alguna película?
--Uy, las historias son las peores. No se callan jamás. Y cuando se acaban, siguen ahí, y hablan y hablan y me dicen y me dicen todo el tiempo. Son muy pesadas.
--Ya. ¿Y cuándo trabaja?
--Cuando trabajo, me habla lo que tengo que hacer, me habla lo que no he hecho, me habla lo que haré mañana y lo que tenía que haber hecho ayer.
--Comprendo. ¿Y por qué no me cuenta usted lo que le dice el mar?
--¿El mar?
--Claro. Seguro que el mar le ha contado cosas muy interesantes.
El señor Run-Run se quedó callado un rato pensando en qué momento el mar le había contado. No se acordaba.
--Bueno --siguió el médico-- venga usted la semana que viene y me explica lo que le ha dicho el mar, ¿si?
El señor Run-Run fue a la playa. Hacía mucho frío y no había nadie. Se sentó delante del mar. Y escuchó. Escuchó muy atentamente. Pero no oía nada. No puede ser, pensó. Se acercó a la orilla con las orejas y los ojos muy abiertos. Nada. Qué raro. A lo mejor tengo que entrar en el mar. Cogió una barquita y se fue mar adentro. Se bañó y escuchó el fondo del mar. Vio muchos peces pero tampoco le dijeron nada. El señor Run-Run fue al mar día y noche, durante mucho tiempo. Incluso se construyó una casita cerca de las olas, por si acaso le susurraban algo a media noche. Al final se enfadó mucho con él. Le tiró piedras, le insultó, pegó patadas a las olas, pero el mar seguía yendo y viniendo, y nunca le dijo nada. Al cabo de un tiempo, el señor Run-Run volvió al médico:
--Oiga, que el mar no me dice nada de nada.
--¿Ah, no?
--Pues, no. Se basta y se sobra consigo mismo. Como si yo no estuviera.
--Interesante.
--¿No me cree, verdad? Le digo en serio que el mar no dice nada. Él se lo guisa y él se lo come, es impresionante; se hace sus tormentas y su calma, se sube y se baja la marea cuando le da la gana... ¡incluso se riza las olas él solo!
El médico sonrió:
--Y el mundo, señor Run-Run, ¿se calló?
--Ah, a ese le he puesto una boia y le he dejado ahí, flotando.
--¿Ah, si?
--Si.
--¿Y está bien?
--Eso parece. No se queja.

1 comentario:

Moni dijo...

Hay silencios que cuesta entender pero cuando lo consigues estarías buceando en él para siempre. Ptons