jueves, 14 de mayo de 2009

gràcies, senyor Michael Ende

Claro está que incluso en su bella y libre América, estimadas señoras, sabrán que el cruel tirano Marjencio Communo había concebido el plan de cambiar el mundo según sus ideas. Pero hiciera lo que hiciera, la gente seguía más o menos igual y no se dejaba cambiar. Entonces, en su vejez, Marjencio Communo se volvió loco. Como ustedes saben, estimadas señoras, en aquel tiempo no había todavía psiquiatras que supieran curar esas enfermedades. Con lo que había que dejar que los tiranos hicieran el loco como quisieran. En su locura, Marjencio Communo se le ocurrió la idea de dejar que el mundo siguiera siendo como quisiera y hacerse otro nuevo, a su gusto. Así que ordenó que se construyera un globo que tenía que tener el mismo tamaño que la vieja Tierra, y en el que había que reproducir, con toda fidelidad, cada detalle: cada casa, cada árbol, todas las montañas, ríos y mares. Toda la humanidad fue obligada, bajo pena de muerte, a trabajar en la ingente obra. En primer lugar construyeron un pedestal, sobre el que debía apoyarse es globo gigantesco. La ruina de ese pedestal, estimadas señoras, es la que tienen ustedes ante sí. Entonces se comenzó a construir el propio globo terráqueo, una esfera gigantesca, del mismo tamaño que la Tierra. Cuando se acabó de construir la esfera, se reprodujo con cuidado todo lo que había sobre la Tierra. Claro está que se necesitaba mucho material para ese globo terráqueo, y ese material no se podía tomar de ningún lado más que de la propia Tierra. Así, la Tierra se hacía cada vez más pequeña, mientras el globo se hacía mayor. Y cuando hubo terminado de hacer el nuevo mundo, hubo que aprovechar para ello precisamente la última piedrecita que quedaba en la Tierra. Claro está que también todos los habitantes se habían ido de la vieja Tierra al nuevo globo terráqueo, porque la vieja se había acabado. Cuando Marjencio Communo se dio cuenta de que todo seguía igual que antes, se cubrió la cabeza con la toga y se fue. Nadie sabe a dónde. Ven ustedes, estimadas señoras, este hueco en forma de embudo, que permite distinguir las ruinas en la actualidad, es el pedestal que se apoyaba en la superficie de la vieja Tierra. Así que deben imaginárselo todo al revés.
Las dos distinguidas damas de América palidecieron, y una preguntó:
-¿Y dónde ha quedado el globo terráqueo?
-Están ustedes en él.